Nunca en la historia de América Latina, la dimensión cultural había alcanzado los sitiales de protagonismo que ocupa hoy en terrenos tan diversos como el de las políticas de Estado y la educación, el turismo y el desarrollo, la administración de Justicia y el medioambiente, aún cuando todavía muchos creen que la cultura no es más que el mundillo breve de los libros y los espectáculos, un producto más del universo del Mercado. La memoria ya no mira al pasado: es un modo de plantarse en la realidad para elegir horizontes posibles. La identidad ya no es un documento, sino una necesidad quizás tan importante como el pan. La diversidad ya no es cuestión de folklore, sino el territorio de la esperanza, condición insoslayable de toda sociedad democrática. Hoy, nuevos relatos de nuestra historia común, reivindicando las voces acalladas por los vencedores, habilitan a nuevos caminos que alejen a nuestros pueblos de las múltiples crisis que parecen anunciar el fin de toda una forma de concebir la civilización y el progreso.
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